El chicle, un producto que muchos consideran inofensivo y que forma parte de la cultura popular, tiene un lado oscuro que está comenzando a ser más conocido. A menudo se dice que un chicle tragado permanece en el estómago durante siete años, pero esto es solo un mito. En realidad, el chicle transita por el sistema digestivo y se expulsa, aunque su base de goma es indigerible, lo que plantea un problema significativo para el medio ambiente. Cada año, miles de toneladas de chicles desechados contribuyen a la contaminación plástica, un problema que no solo afecta a las ciudades, sino que también tiene repercusiones en la naturaleza.
### Orígenes y evolución del chicle
El chicle tiene una historia rica que se remonta a civilizaciones antiguas. Los aztecas y mayas ya masticaban una goma hecha de la savia de ciertos árboles, como el sapodilla. Sin embargo, fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando el chicle se popularizó en Estados Unidos, ya que las tropas lo llevaban como parte de sus raciones. A pesar de su origen natural, la mayoría de los chicles que consumimos hoy en día están hechos de estireno-butadieno, un derivado sintético del petróleo, que se utiliza principalmente en la fabricación de neumáticos. Esto significa que, aunque el chicle comenzó como un producto natural, hoy en día se ha convertido en un plástico petroquímico que no es biodegradable.
Los ingredientes de los chicles modernos incluyen no solo goma sintética, sino también polietileno, acetato de polivinilo y otros polímeros, además de saborizantes y endulzantes. Este cambio en la composición ha llevado a un aumento en la preocupación por los microplásticos, que son fragmentos diminutos que contaminan el medio ambiente y pueden ingresar a la cadena alimentaria. Aunque aún no se han confirmado los efectos nocivos de los microplásticos en la salud humana, el hecho de que el chicle se mastique y se ingiera plantea preguntas sobre su seguridad.
### La contaminación por microplásticos
Recientemente, un estudio presentado en una reunión de la Sociedad Química Estadounidense reveló que al masticar chicle, cada gramo puede liberar entre 100 y 600 microplásticos en la saliva. Esto significa que una sola pieza de chicle puede liberar hasta 3,000 partículas de microplástico. Si una persona consume entre 160 y 180 chicles al año, podría estar ingiriendo alrededor de 30,000 microplásticos. Este hallazgo es alarmante, ya que la relación entre el chicle y los microplásticos aún no se ha estudiado en profundidad, pero los datos preliminares sugieren que podría ser una fuente significativa de contaminación.
Los investigadores que llevaron a cabo el estudio no buscaban alarmar al público, sino más bien concienciar sobre la contaminación plástica. El director del estudio, Sanjay Mohanty, enfatizó que el plástico liberado en la saliva es solo una pequeña fracción del plástico total en el chicle, pero sigue siendo una fuente de preocupación. La falta de alternativas para desechar los chicles de manera ecológica es un desafío. Tirarlos al suelo no solo es molesto para quienes los encuentran, sino que también genera costos significativos para los servicios de limpieza.
Se estima que cada año se producen 1.74 billones de piezas de chicle, lo que equivale a más de 2.4 millones de toneladas, de las cuales aproximadamente 730,000 toneladas son goma sintética. Esto representa un gran volumen de residuos plásticos que, en su mayoría, terminan en vertederos o en el medio ambiente, contribuyendo a la contaminación.
Una posible solución a este problema son los chicles biodegradables, que están hechos de ingredientes naturales y no contienen plásticos sintéticos. Sin embargo, estas opciones suelen ser producidas por pequeños fabricantes que enfrentan la competencia de las grandes marcas que ofrecen productos más baratos. Además, iniciativas como la de la diseñadora británica Anna Bullus, que ha creado contenedores de reciclaje para chicles, están comenzando a ganar terreno. Estos recipientes permiten a los consumidores desechar sus chicles de manera responsable, reduciendo la cantidad de residuos en las calles.
La situación del chicle es un recordatorio de cómo un producto cotidiano puede tener un impacto significativo en el medio ambiente. A medida que la conciencia sobre la contaminación plástica crece, es esencial que los consumidores sean conscientes de sus elecciones y busquen alternativas más sostenibles. La combinación de educación, innovación y responsabilidad individual puede ayudar a mitigar el problema de la contaminación plástica asociada con el chicle.