En el contexto político español, el año 2011 marcó un hito significativo para la izquierda, cuando el PSOE sufrió una de sus peores derrotas electorales en la historia reciente. La crisis económica y las políticas de austeridad implementadas por el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero llevaron al partido a una caída estrepitosa, resultando en solo 110 escaños en el Congreso. Esta situación fue aprovechada por otros actores políticos, como Izquierda Unida, que aunque se benefició de la debacle socialista, apenas logró alcanzar 11 escaños. A pesar de la indignación social que se manifestaba en las calles a través del movimiento 15-M, la izquierda no logró presentar una alternativa viable que pudiera canalizar ese descontento.
Catorce años después, el temor a una repetición de esa catástrofe se ha instalado en los pasillos del poder. La figura de Pedro Sánchez se ha convertido en un símbolo de estabilidad para muchos en el PSOE y en el resto de la izquierda. Sin embargo, la posibilidad de que su salida de la escena política desencadene una nueva crisis es una preocupación palpable entre los dirigentes y votantes del partido. La amenaza de que el PSOE pueda caer por debajo de los 100 diputados es un fantasma que acecha a la formación, mientras que otros partidos de izquierda como Sumar y Podemos se ven abocados a una lucha por la supervivencia en un escenario político cada vez más hostil.
**La Disciplina Forzada en la Izquierda**
El miedo a una nueva debacle ha llevado a la izquierda a adoptar una especie de disciplina forzada. Este fenómeno se traduce en un silencio cómplice ante situaciones que, en un contexto diferente, habrían provocado una reacción contundente. Un claro ejemplo de esto es el caso Koldo, donde la respuesta del presidente ha sido notablemente más cautelosa de lo que se esperaría en circunstancias normales. La izquierda, consciente de su fragilidad actual, ha optado por priorizar la supervivencia sobre la defensa de sus principios.
Pedro Sánchez se ha convertido en el último bastión de la izquierda frente a una derecha que se siente fortalecida y una extrema derecha que ha ganado terreno. Su capacidad para resistir escándalos y traiciones lo ha consolidado como el único líder viable en un panorama donde la cohesión interna y el relato político son cada vez más débiles. Algunos analistas lo describen como ‘el pegamento del caos’, ya que su liderazgo es lo que aún mantiene unida a una izquierda que carece de un proyecto claro y renovado.
La situación es tan crítica que, según Pablo Elorduy, ninguno de los grupos que apoyaron la investidura de Sánchez desea que convoque elecciones en este momento. Esta postura se basa en un análisis desapasionado de la realidad: aunque España presenta ciertos indicadores económicos favorables en comparación con otros países, esto no se traduce en mejoras significativas para las clases populares y medias. La izquierda institucional se encuentra atrapada en un dilema: no tiene una alternativa real a Pedro Sánchez, lo que refleja una crisis profunda que va más allá de lo nacional.
**El Dilema Existencial de la Izquierda**
El dilema que enfrenta la izquierda es claro: o Pedro Sánchez continúa como figura central, o el bloque progresista se enfrenta a una derrota electoral que podría ser aún más dolorosa que la de 2011. En aquel entonces, existía la esperanza de una reconstrucción; hoy, la fragmentación del espacio a la izquierda del PSOE hace que esa posibilidad sea incierta. Las fuerzas que un día prometieron un cambio radical ahora temen desaparecer del panorama político.
La izquierda se encuentra en una cuerda floja, con un presidente cada vez más aislado y un partido que parece desmovilizado. Los socios menores, en lugar de centrarse en la transformación, están más preocupados por su propia supervivencia. Si Pedro Sánchez cae, no solo se derrumbará un líder, sino que podría llevar consigo todo un edificio político, tal como ocurrió con el presidente luso António Costa. La situación actual exige una reflexión profunda sobre el futuro de la izquierda en España, ya que la falta de cohesión y de un proyecto claro podría llevar a un colapso aún más severo que el de 2011.